domingo, 11 de diciembre de 2011

De altavoces, perros ladradores y verdaderos maestros

Christopher Gabriel WASTIAN

Mentes vacías anhelan el ruido. (Hans Kasper)


En un tibio miércoles por la noche, después de una visita en un café, me decidí a pasear un poco por el Andador Constitución. Esta rutina la practico frecuentemente y con mucho gusto. Esta vez tuve además la suerte de que estuviera presente el magnífico saxofonista Bindú Gross. ¿Qué puede haber mejor que escuchar melodías del bueno y refinado en una representativa callejuela de una de las ciudades más antiguas de México?

Los empleados de una farmacia que se encuentra justamente al inicio del Andador Constitución observan todo esto evidentemente de otra manera. Tampoco son conscientes de la existencia del arte y de gente que se interesa en ella y que apoya y admira a dichos músicos instruidos que no poseen altavoces – y que tampoco los necesitan. Música retumbante salía desde los altavoces con amplificador de dicha botica. Música que a mi parecer, podría ser tocada después de las dos de la madrugada en una discoteca, pero no en el centro colonial de la bella Colima.

El baratillo ultra-comercial, que en el fondo no tenía absolutamente nada que decir ganó claramente la batalla –en cuanto a lo que volumen se refiere– en contra de la música de calidad de Bindú Gross. Tuve muchos problemas hasta para poder percatarme del saxofón. ¿Sería acaso también celebrada esta gloriosa batalla?

Bueno, me decidí a ingresar a esta farmacia, de la cual hasta ese momento yo también fui cliente, a pedirles a los trabajadores que le bajaran un poco el volumen a la “música” ya que no era de lo más adecuado en un lugar como ése. Mi petición fue ignorada y rechazada. El personal de seguridad me preguntó de dónde era (mi respuesta: un visitante de una maravillosa ciudad) y finalmente se me pidió que abandonara el lugar. Fui despedido con una “efusiva”-grosera ofensa por parte del hombre de seguridad.

Muchos presentes, entre ellos un policía así como un conocido sociólogo, poeta y torero (todos ciudadanos mexicanos), me dieron la razón. A ellos también les pareció lamentable que el centro de Colima, a causa de éste tipo de contaminación (acústica), vaya perdiendo su atractivo. Hasta que entonces llegó el señor Fulano de Tal –al parecer un ferviente frecuentador de discotecas–, el cual aparentemente se enteró de mi petición. Él me preguntó de qué parte de EE. UU. yo sería (el comienzo de este tipo de diálogos me resulta especialmente “simpático”, pero lo dejamos pasar). Al observar él que no recibió ninguna respuesta y aún así notó que yo era extranjero opinó con mucha seriedad y gesticulando exageradamente, que yo como “no-mexicano” no podía entrometerme en “su país” y que yo aquí no tendría ninguna opinión, que aquí yo no podría tener ninguna opinión. Que lo que más le gustaría en ese momento sería sentarme en un avión que me deportara fuera de México.

En estos últimos cinco años, éste tipo de xenofobia en México nunca me afectó directamente, fue para mí simplemente algo desconocido hasta ahora. Espero y creo del mismo modo que la mayoría no comparta esa opinión. No puede ser y no es, porque yo podría enumerar una docena de ejemplos con los cuales fundamentar mi amor a México y a su gente mexicana. Y ese amor y admiración no lo podrán cambiar los pocos racistas o simplemente locos, a los cuales ni siquiera el futuro de su propio país les interesa.

publicado por El Noticiero de Colima, 16 noviembre 2011, pág. 4

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